Fuente: Diario Correo
A César Aira habría que clavarle un cascabel en el dedo meñique de la mano izquierda para saber cuándo está tramando otra de sus cada vez más célebres obras-locura. Este argentino, desheredado de los padres de su patria literaria, (Borges y Cortázar) suele salirse con las suyas cada vez que presenta una nueva novelita.
En primer lugar hay que decir que ninguna novela de Aira se parece a la anterior y que es imposible saber siquiera si pertenecen al mismo autor, si pertenecen a un ser de este planeta, si han sido escritas con la alevosía de desconcertar a sus lectores, cada vez más numerosos, cada vez más confundidos.
Lo primero que leí de Aira fue, si no me equivoco, “Cómo me hice monja”, y entonces me creí ante el descubrimiento de un escritor tan desgarradoramente cruel y delicioso, fruto exacto del árbol narrativo que es la Argentina. Luego leí “Las noches de flores” y ahí empezó lo bueno.
Aira mezcla, en una situación suburbana, completamente absurda y latinoamericana, el inequívoco ingrediente de lo mágico, con su dosis de locura y perversión (o subversión) de los hechos, como si quisiera sabotear sus mundillos literarios para hacerlos precisamente fieles al Planeta Aira.
Luego me tocó leer un cuento que puede ser, acaso, lo mejor escrito en lengua castellana en los últimos veinte años (“El todo que surca la nada”), aunque con la consabida exageración que nos proporcionan todas las novelitas y relatos de este hombre pequeño e inofensivo hasta que se le lee.
Lo siguiente fue “La serpiente” y ahí sí que se acabó la gracia. Aira hace uso y abuso de nuestra imaginación (y de la suya) en esta, hay que llamarle novela, aunque yo preferiría llamarle vuelo rasante por el país de lo insólito, para adentrarnos en una historia alucinada que le da más de una acepción al término.
Finalmente, recaí en otro de sus libritos para salir nuevamente con el desconcierto pegado al cuerpo. “El congreso de literatura” no es ni la mitad de lo que parece y, aunque no es lo mejor de su obra-locura por ciertas digresiones, es una muestra de los caminos de fantasía y delirio que produce este escritor.
El hecho de que todas sean novelitas de no más de 200 páginas me hacen pensar que Aira escribe despreocupadamente, sin imaginar que sus libros pueden ser bombas de tiempo encerradas en librerías hasta que un incauto las encuentra y acciona su dispositivo devastador sin imaginar las temibles consecuencias.
Cada vez que abro un libro de César Aira me pasa lo mismo, no sé si saltarán de él los fuegos artificiales de su mejor prosa, o si volverá a estallar el sigiloso explosivo que pretende exterminar el barroquismo y el vanguardismo y la más pura y dura narrativa convencional. O si no pasará nada, salvo el silencio del ¿ahora qué?
En primer lugar hay que decir que ninguna novela de Aira se parece a la anterior y que es imposible saber siquiera si pertenecen al mismo autor, si pertenecen a un ser de este planeta, si han sido escritas con la alevosía de desconcertar a sus lectores, cada vez más numerosos, cada vez más confundidos.
Lo primero que leí de Aira fue, si no me equivoco, “Cómo me hice monja”, y entonces me creí ante el descubrimiento de un escritor tan desgarradoramente cruel y delicioso, fruto exacto del árbol narrativo que es la Argentina. Luego leí “Las noches de flores” y ahí empezó lo bueno.
Aira mezcla, en una situación suburbana, completamente absurda y latinoamericana, el inequívoco ingrediente de lo mágico, con su dosis de locura y perversión (o subversión) de los hechos, como si quisiera sabotear sus mundillos literarios para hacerlos precisamente fieles al Planeta Aira.
Luego me tocó leer un cuento que puede ser, acaso, lo mejor escrito en lengua castellana en los últimos veinte años (“El todo que surca la nada”), aunque con la consabida exageración que nos proporcionan todas las novelitas y relatos de este hombre pequeño e inofensivo hasta que se le lee.
Lo siguiente fue “La serpiente” y ahí sí que se acabó la gracia. Aira hace uso y abuso de nuestra imaginación (y de la suya) en esta, hay que llamarle novela, aunque yo preferiría llamarle vuelo rasante por el país de lo insólito, para adentrarnos en una historia alucinada que le da más de una acepción al término.
Finalmente, recaí en otro de sus libritos para salir nuevamente con el desconcierto pegado al cuerpo. “El congreso de literatura” no es ni la mitad de lo que parece y, aunque no es lo mejor de su obra-locura por ciertas digresiones, es una muestra de los caminos de fantasía y delirio que produce este escritor.
El hecho de que todas sean novelitas de no más de 200 páginas me hacen pensar que Aira escribe despreocupadamente, sin imaginar que sus libros pueden ser bombas de tiempo encerradas en librerías hasta que un incauto las encuentra y acciona su dispositivo devastador sin imaginar las temibles consecuencias.
Cada vez que abro un libro de César Aira me pasa lo mismo, no sé si saltarán de él los fuegos artificiales de su mejor prosa, o si volverá a estallar el sigiloso explosivo que pretende exterminar el barroquismo y el vanguardismo y la más pura y dura narrativa convencional. O si no pasará nada, salvo el silencio del ¿ahora qué?
1 comentario:
También lo primero que leí de Aira fue 'Cómo me hice monja', y me encantó. Después he leído dos o tres cosas más y nada me ha gustado como esta primera.
Creo que Cesar Aira tiene excelenetes textos, pero otros realmente malos.
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