21 de mayo de 2010

Sin argumentos

Todo aquel que se aficiona a la literatura, y traspasa esa línea que divide a los lectores de los autores, ha escrito (al menos una vez en su vida) un cuento. Yo tengo algunos que han pasado a engrosar la lista de los cuentos fallidos en los concursos literarios y otros tantos han venido a parar a este blog, donde han sido justicieramente vilipendiados (ver comentarios).

Ahora que he renunciado a escribir cuentos (o al menos a publicarlos), puedo compartir uno de los argumentos que, por años, me ha dado vueltas a la cabeza; al punto de que he llegado a creer que nunca dejaré de pensar en esa historia sin autor.





Un amigo, que trabajaba en un cine, me contó hace mucho tiempo que por su trabajo había podido conocer el final, solo el final, de todas las películas que por ahí habían pasado. 
Su rudimentaria tarea consistía en abrir la puerta al finalizar la función, por lo que se sabía, de memoria, las últimas líneas y escenas de cada filme exhibido.
Cuando el reloj le indicaba que una película estaba por terminar, él ingresaba a la sala, se colocaba en un extremo y, mientras el protagonista recitaba su último parlamento, él caminaba hacia la puerta de escape.
Ni bien aparecía la palabra FIN en la pantalla, él abría la puerta y esperaba a que todo el mundo saliera (asombrado, lloroso, o simplemente aburrido) para ayudar en la limpieza. 
Este infortunio lo había alejado del rol de espectador. Ya no le interesaban las películas porque sabía, al menos, el final de cada una de ellas. Se sentía triste y desinteresado por un espectáculo que alguna vez lo hizo soñar con la palabra director en el respaldar de su silla.
Hasta que un día…

Y allí se acaba mi historia. El relato real no tiene final ni moraleja, simplemente “es”. Mis intentos por convertirlo en un cuento me han hecho estrellar, una y otra vez, contra mis limitaciones y mi obsesión.

Escribí “Finales”, en la que el protagonista recibe la llamada de una ex novia, quien le dice que tiene que ver x película porque el personaje es “idéntico a él”; “Función estelar”, en el que una película le ayuda al personaje a descifrar un crimen; y “Última película”, en la que el joven en cuestión renuncia a su trabajo para volver a ser espectador, aunque con un trágico resultado.

Tal vez alguien se anime a completar esta historia. Por ahora, yo me he quedado sin argumentos y sin ánimos de andarme con cuentos.

2 comentarios:

Juan dijo...

Si, recuerdo cuando discutimos aquel argumento en un café, y si, lo confieso, yo también intenté escribir un cuento robándote el argumento, pero también fracasé.

Isaac Montoya dijo...

En mi opinión no es falta de argumentos si no de inventiva, un darle ese toque o al menos intentar tramar un final para el escrito (sea cual sea). Aunque esa sea solo mi opinión.


Yo si escribo por gusto, pero tengo en mi blog colgado un cuento que al menos pude terminar :')


saludos, profesor.