11 de septiembre de 2009

Pasión de hielo



Un inventor quiere salvar los glaciares pintándolos de blanco. Un científico norteamericano se muda a Huaraz para estudiar el hielo. Un grupo de expedicionarios, artistas y escritores viaja por el mundo documentando el derretimiento de los nevados. Todos ellos se preguntan: ¿Por qué somos tan fríos con la salud del planeta?



Por: Javier García Wong Kit
Fotografías: Ruth Anastacio V. y Andrea García W. K. (Huaraz)

En un bar sicodélico oculto en San Isidro, aguardo junto a otras cinco o seis personas el inicio de “Green Drinks”, una suerte reunión nocturna para debatir temas ambientales en medio de tragos, tapas y música lounge. La propuesta se realiza en varias partes del mundo y ha llegado al Perú en junio de este año.

De día, el LuChi Bistro es un restaurante de comida fusión muy elegante, con influencia asiática, pero de noche ofrece una cara camaleónica, que mezcla instalaciones artísticas, shows burlesque y Open Ipod DJ’s, amenizadas con coloridas bebidas frozen de frutas amazónicas y servidas en copas estilizadas.

Esta noche su apariencia es ecológica, por eso el bar está casi vacío y nadie cruza la pista de baile desértica. En una mesa, un grupo de extranjeras le dan vida al ambiente apenas iluminado por fluorescentes lilas que hacen brillar los sillones blancos. De las paredes cuelgan cuadros con mariposas disecadas y otros de motivos japoneses.

El tema es la importancia de salvar los glaciares, esas enormes y lejanas montañas congeladas que parecen no tener nada que ver con la diligente vida de las ciudades. ¿Cómo hacer para que la gente se interese por una masa de hielo que parece no guardar relación con su andar cotidiano?

Eduardo Gold tiene apellido de metal precioso pero lo que él en realidad adora son las montañas y sus nevados. Está aquí para presentarnos una propuesta de su invención que, quien la oyera pensaría se trata de un disparate: Pintar los nevados derretidos de blanco para ayudar a bajar la temperatura.


No es broma. Gold es un inventor que por años estudia los glaciares y ya antes había tenido una idea, cuando menos, cuestionable: Colocar hielo seco en los glaciares para que éste absorba el calor solar. Según sus investigaciones, se necesitarían unas 300 toneladas de hielo seco para salvar un solo nevado.

Volvemos entonces al “Green Drinks” y, una vez que Gold ha encendido el proyector para mostrarnos un video en el que explica el progresivo derretimiento de los hielos elevados, se oyen algunos cuchicheos. Un hombre sentado a la mesa del anfitrión trata de controlar un bostezo. Otros ríen de un chiste privado. Una mujer inclina su copa de vino.

Miguel Flores escucha atentamente a su amigo Eduardo Gold, con una mano sosteniendo su quijada y sus dedos extendidos sobre su mejilla. En la cabeza lleva una boina que oculta una calvicie victoriosa y varias canas largas y rebeldes. Carga al cuello una cámara fotográfica que no tardará en disparar. Es un artista, me dice.

Cuando la proyección acaba empieza la ronda de preguntas. Una joven chilena, ingeniera química de profesión, quiere saber lo que costaría pintar todo un nevado. Otro cree que la pintura contaminaría el glaciar que luego será agua para la población. La misma chilena interroga a Gold sobre los antecedentes del experimento.

El inventor de la ONG Glaciares Perú absuelve las preguntas incrédulas una por una: 900 dólares por hectárea y 600 más en mano de obra. Como la pintura es de cal antiséptica, es inocua y se podría producir en el mismo lugar donde está el glaciar para generar puestos de trabajo.

Flores dispara un flash y Alex Rosenberg, el anfitrión de la noche verde, interrumpe el diálogo para dar paso a otra ronda de bebidas. Desde quién sabe dónde suben lentamente el volumen de la música y todos vuelven a sus tragos como si nada de esto fuera real, como si la película hubiera terminado.

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La Universidad Católica del Perú debe ser la institución que vive mejor el “clima de cambios” que ha producido el calentamiento global. El campus está invadido de tachos de basura segregada y mensajes en pancartas que promueven el reciclaje y proponen un estilo de vida menos consumista.

Hasta aquí llegaron diversos científicos norteamericanos, autoridades locales y otros interesados para participar en la conferencia-taller internacional llamada “Adaptándonos a un mundo sin glaciares”, un título apocalíptico que va muy acorde con la visión de la mayoría de los especialistas.

La conclusión de estas largas ponencias es tan simple que le quita todo dramatismo al asunto: los nevados se están extinguiendo irreparablemente. Muchos glaciólogos actúan con la misma disposición de aquellos doctores que van a visitar a los enfermos terminales para decirles cuánto tiempo les queda de vida.

Los pronósticos, por fatalistas que sean, no encienden al auditorio: para el 2021 la temperatura subirá tres grados en promedio, una variación que no se había registrado en tres mil años. Para el 2030 la escasez de agua originará una crisis mundial. Para el próximo año se alcanzará una cifra record de calentamiento en el planeta.

Se ha hablado de la lenta muerte del agrietado casquete glaciar Quelcaya, en Cusco. Se han recordado las nieves del Kilimanjaro que describió Ernst Hemingway, y que están a un paso de la desaparición. Se ha despedido anticipadamente al nevado Yanamarey, que en cinco años será una fotografía, y se ha hecho un réquiem por el Broggi, agotado el 2005.

Después de las primeras tres exposiciones se propone un receso. Todos pueden degustar un café para entibiarse del tímido invierno limeño, que alterna cielos intensamente blancos con otros soleados. Algunos se desperezan en sus butacas mientras otros salen raudos del auditorio por aquella cafeínica promesa.

Afuera, sociólogos, investigadores y otros estudiosos de la casa se reúnen para departir con los estadounidenses y los demás invitados sobre tanto desastre natural, tanto caos y destrucción. Todos beben alegres en vasos de poliestireno que van a parar en el único cesto de basura sin segregar.

¿Nos importa en realidad el calentamiento global o es una moda para aparentar que somos responsables, para demostrar que estamos bien informados, para sorprender con aquella cifra impactante que nadie conocía? Y si así fuera, ¿nos interesa el bienestar de la Tierra en sí misma o el de nosotros?

Si los tomadores de decisión discuten del tema en medio de carcajadas, arrojando sus vasos contaminantes y cotidianos sin reparar en dónde, ¿qué podemos esperar del resto de la gente? ¿Alguien se toma en serio la salud del planeta? Las anfitrionas nos piden regresar. Yo bebo el último trago de mi café y lo dejo culpablemente sobre una mesa.


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Las agencias de turismo están ofreciendo cruceros hacia la Antártida para inexpertos aventureros. Los centros de esquí están cubriendo con lonas asfálticas las cumbres empinadas para conservar el hielo deslizante. Los científicos están creando nieve artificial y los empresarios construyendo pistas de hielo para patinaje donde hace calor.

Jugar con hielo parece ser un entretenimiento para quienes pueden usarlo en lugar del agua de los carnavales. O para quienes tienen la sangre fría, o no se han puesto a pensar en lo que la irradiación solar y la contaminación hacen en el ambiente. Los glaciares son quizá las primeras víctimas de este fenómeno llamado Calentamiento Global.

Los recurrentes ejemplos de que la Cordillera Blanca está a punto de perder su adjetivo, o que los famosos Alpes ya no son los distinguidos caballeros suizos de cuello blanco, no sacuden las aguas. Quienes han viajado a Huaraz y han visto el Pastoruri seco y rocoso vuelven a Lima momentáneamente indignados. Y a otra cosa.

Ana Cecilia Gonzales Vigil es fotógrafa y a inicios de año fue contactada por Cape Farewell, un grupo de científicos y artistas expedicionarios que desde el 2003 ha viajado hasta los confines de la Tierra para, como el coronel Aureliano Buendía, conocer el hielo. O lo que de este queda.

De la mano de su fundador, el diseñador y cineasta David Buckland, Cape Farewell ha reunido a músicos, fotógrafos, escultores, escritores, artistas visuales y activistas por la ecología, entre los que se encuentran el galardonado novelista Yann Martel y el reconocido Ian McEwan.

Han llegado hasta el Ártico y Groenlandia para dejar su huella creativa (un mensaje escrito en hielo, una estatua humana) y traer de ella una lección a través del arte. Las fotos y documentales capturados en esos gélidos parajes han sido presentados en galerías y museos de Alemania, Estados Unidos, España, México y el Reino Unido.

Este año, los expedicionarios llegaron al Perú para cruzar la Cordillera de los Andes e internarse en la amazonía. El resultado fue un recorrido por la biodiversidad y el cambio en los ecosistemas que están produciendo el calentamiento global y la propia mano “productiva” del hombre.

Sentada en un café de una galería barranquina, Ana Cecilia Gonzales Vigil me dice que fue una experiencia fascinante de tres semanas, que tuvieron que andar por trechos con el lodo hasta las rodillas, adentrándose en la selva virgen con todos los equipos de filmación y fotografía al hombro.

Partieron de la ciudad del Cusco, con rumbo a Wayqecha, en donde atravesaron su bosque nublado. Luego se detuvieron en un campamento en Tres Cruces, siguieron por la Trocha Unión hasta San Pedro, alcanzando los tres mil novecientos metros para luego descender por la espesura de la selva.

Caminaron hasta la provincia de Atalaya, en Pucallpa, y de ahí continuaron hasta el Manu, y su reserva, junto al cauce del río Madre de Dios, para descansar por breve tiempo en la Estación de Investigación Los Amigos, antes de pasar por Laberinto, Puerto Maldonado y, finalmente, Tambopata.

El 12 de julio, en la bitácora virtual que llevaban con el Twitter, escribieron: “Tantas mariposas, monos aulladores, arañas enormes, ardillas gigantes”. Y luego ese mismo día: “Cadáver fétido no identificado, renacuajos, sapo grande, lagarto verde, rana diminuta, una mujer que odia a los guacamayos”.

Pero lo que Ana Cecilia Gonzales Vigil recuerda es el techo de sombra producido por los árboles, el calor agobiante de más de 35 grados, los pantanos, los árboles flacuchos de apenas diez centímetros de diámetro y esa sensación de sentirse tan pero tan pequeña en la inmensidad de la naturaleza y su reino.

Lo que quizá no quisiera recordar son los escampados donde la selva desaparece por las explosiones de las compañías que están buscando petróleo. Eso y la comprobación de que el cambio climático ya se vive en los suelos amazónicos. “Hay especies que están migrando a mayor altura, en busca de temperaturas más altas”, me dice.

Las plantas se acondicionan a nuevos tipos de tierra, nace una nueva generación de árboles, con otro clima y ambiente, miles de mosquitos desaparecen quizá para siempre, algunos pájaros cambian de árboles y de entorno. Ana Cecilia cree entender poco de ecología, pero ha visto y sabe más que cualquiera.

“Las mariposas adoran nuestras medias. Los monos se cagan frente a nosotros. Ha sido el mejor día”, escribieron ese mismo día, el último en la jungla, no sin antes descubrir las aguas oscuras del río contaminadas de mercurio, esas aguas que alimentan plantas, animales y personas.

Entonces la fotógrafa me revela algo que me deja pensando: “Los científicos dicen que la cantidad de mercurio es más alta en las especies que se han alimentado de otras que lo ingirieron primero”. Es decir, estamos frente a una cadena de enfermedades imparable como bola de nieve.

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Fritz Berger, ese personaje de la antiayuda que publica sus recomendaciones en la revista Etiqueta Negra, dice que hay que disfrutar del calentamiento global, y aconseja no lavar los autos porque el desorden climatológico proporcionará una serie de lluvias permanentes que harán la tarea por usted.

También dice: “Pierda el miedo a la naturaleza. El impacto del clima es más rotundo en los seres indefensos como los animales”, y añade que, en el futuro, todos tendremos vista al mar por el deshielo que está aumentando el nivel de los océanos hasta tenernos rodeados. El socialismo ecológico.

¿Estamos irremediablemente condenados al deshielo que ya es tiempo de tomarlo con resignado humor? Para Jorge Recharte, director del Instituto de Montaña, no hay vuelta atrás para los glaciares, solo nos queda analizarlos para saber cuánto más resistirán.

“Para el 2030, todos los nevados que estén a menos de 5,500 metros en el Perú van a desaparecer. Ya lo estamos viviendo cuando pasamos por Ticlio, por ejemplo. Y esos nevados son los que alimentan a Lima”, dice empleando mapas, dibujos y animaciones por computadora que explican entretenidamente algo que no es divertido.

Durante casi un año, el fotógrafo de Nacional Geographic, James Balog, retrató el envejecimiento y derretimiento del glaciar Mendenhall, en Alaska, condensando en un video de 1,10 minutos el retroceso de los hielos, como parte de su estudio gráfico Extreme Ice Survey, para el que utilizó 27 cámaras.

En julio, el científico norteamericano Lonnie Thompson, el más prestigioso glaciólogo, quien no cree en poner espejos que reviertan los rayos solares o sombrillas para ocultar a los nevados, viajó con un grupo de científicos hasta Huaraz para estudiar los hielos sobrevivientes, capa por capa, en busca de una respuesta.

“Lonnie Thompson está tratando de entender los climas del mundo a través de los glaciares. Es como si una biblioteca se estuviera incendiando y él quisiera salvar los últimos libros”, explica Recharte quien, por otra parte, tampoco cree en esos inventos salvadores que buscan rejuvenecer las cumbres de hielo.

Según el Premio Nobel de Física estadounidense, Steven Chu, pintar el techo de blanco hace que el calor se concentre en menor medida, reduciendo el nivel de la radiación. Bajo esa misma premisa es que Eduardo Gold quiere pintar la roca de los nevados, tal como se hiciera en la ciudad española de Almería con los techos de cobertizos e invernaderos.

Pero Recharte, quien ha visto cómo la agricultura rural ha ido subiendo y adaptando cultivos en tierras cada vez más altas, ganándole espacio a los nevados pero quedándose sin agua para regarlos, cree que la mejor inversión es la que se hace en la educación de la gente. “Si no se les enseña no entenderán el problema”.

Más aún, opina que si los glaciares están en retroceso, hay otras fuentes de agua que deberían cuidarse, tales como los bosques de niebla y los páramos, que tienen roles igual de importantes que estos bloques de hielo pero que no se está trabajando para conservarlos.

Salvar glaciares parece más urgente, o acaso más romántico, según los puntos de vista. Mientras tanto, los pueblos de alta montaña viven cada vez con menos agua, ven los nevados más grises, como si estuvieran enfermos, y temen la llegada de la hora en que terminen de derretirse y los sepulten.

Por si fuera poco, el agua proveniente del deshielo corre el peligro de contaminarse por las rocas mineralizadas y el polvo que viaja miles de kilómetros desde los campamentos mineros por las explosiones, lo que produciría agua ácida que mataría el ganado y los nuevos cultivos.

“Los glaciares son animales vivos que respiran y enferman”, apunta Recharte, quien me cuenta que lo nuevo es el invento de un físico cusqueño que está trabajando para hacer nieve usando nitrato de plata. Lo viejo es que nadie lo sabe. Nos estamos quedando sin hielo, pero mientras haya con qué enfriar las bebidas, la fiesta se lleva en paz.

2 comentarios:

Fiorella Mestanza Góngora dijo...

hola me encanto tu post... es mas estoy buscando como comunicarme con Eduardo Gold, su numero telefonico salio en la tele pero lo llamo y llamo y siempre esta apagado, crees tu que me puedes facilitar su correo electronico?... soy una estudiante de comunicaciones del ultimo ciclo, trabajo en el gobierno regional de loreto y me encantaria realizar el mismo proyecto pero en el pintado de mi universidad como ejemplo, dando fomento a este proyecto para salvar al planeta tierra, crees que me puedes ayudar?...

Javier García Wong Kit dijo...

Claro que sí, te estoy enviando al correo su número de celular y también puedes visitar su web: www.glaciaresperu.org

Saludos y suerte en tu proyecto.