Hay comparaciones
en las que el que sale perdiendo es el que las propone. Los Beatles o los
Stones. Pelé o Maradona. Macca o Lennon. Senna o Prost. García Márquez o Vargas
Llosa. Maradona, otra vez, o Messi. Casi nunca valen la pena salvo para matar
el tiempo, vaciar cervezas o generar rivalidades tan necesarias como dos
camisetas distintas en un campo de juego.
Pero algo me queda claro: Messi nunca será Maradona.
Pero algo me queda claro: Messi nunca será Maradona.
Para bien o para mal. Para bien porque ‘La Pulga’ difícilmente cometerá los errores extradeportivos que hicieron que Diego dribleara las páginas deportivas para pasar a las policiales. Para mal porque hay algo que muchos de los ‘messimaniacos’ no se atreven a aceptar. Messi será el mejor jugador del mundo, pero nunca será el ícono que encarnó el diez.
¿O habrá alguien
que le componga canciones que intenten rimar con Lionel? ¿Alguien usará
playeras con el rostro narigón del jugador sobrehumano? ¿Existirá, en algún
rincón de Barcelona, alguien que esté inventando la religión de Lío? Messi, que
ha logrado romper todos los récords del fútbol, nunca podrá desmarcarse de la
figura pequeña y regordeta de quien lograba lo imposible.
Diego era un
jugador que venció su propia adversidad física con la mayor de las elegancias. Un
auto clásico que no necesita romper la barrera del sonido para ser el más rápido.
Messi, el enano que ahora mide 1.69 metros (tres centímetros más que el Pelusa),
es fruto de los avances de la medicina y el más riguroso ejercicio que puede
tener un cyborg talla chica.
A Messi le sobra
músculo y velocidad donde a Maradona le faltaba disciplina y tiempo de entrenamiento.
Las de Messi son hazañas diseñadas por los inequívocos nodos y vectores de las
modernas computadoras que diseñan sus caricaturas. Los de Maradona eran trazos dibujados
por un artista irrepetible que el buen Lío se ha empeñado en imitar.
Es cierto, Messi
es el mejor jugador la historia. El más completo, en el mejor equipo del mundo,
con más títulos y logros individuales que no se pueden contar como los goles
que marca a mitad y en los fines de semana. Nadie puede sospechar que el
Barcelona de Xavi, Iniesta y el argentino vaya a perder ante el clásico rival o
el equipo más discreto de la liga.
Lo de Messi y
compañía es perfecto. Por eso, a veces, aburre. Borges decía que después de
corregir y corregir un cuento, añadía un detalle de último minuto para que
pareciera algo espontáneo. Nadie sabe qué hará Lío en el minuto siguiente a
cuando recibe el balón pero la mayoría lo puede adivinar: saldrá airoso, vencerá,
seguirá adelante, anotará y celebrará de la misma forma de siempre.
Maradona, más
humano y celestial, estaba lleno de frustraciones con los compañeros de uno de
los equipos más pobres de Italia; o con los seleccionados de la peor Argentina
del último siglo (nos referimos, claro, a la de Italia ‘90). Pero con todo y
eso ganó un Mundial, fue subcampeón del siguiente e ilusionó a todos cuatro
años después, en Estados Unidos, cuando, con 33 años (la edad de Cristo) fue
crucificado por la FIFA.
Messi, que no ha
ganado ningún mundial ni ninguna Copa América (igual que el Diego), tiene siete
años para superar a Maradona en esa pequeña valla que se construye en cada cita
mundialista. Los récords, que están hechos para romperse, dicen que el 7 de
marzo de 2012 Lionel Messi Cuccitini fue el primer jugador en la historia en
marcar cinco goles en la Liga de Campeones (que Maradona nunca ganó).
Ese mismo día,
un chico de 20 años marcó tres goles en la Copa Libertadores jugando por el
Santos. Neymar, que ya sabe lo que es romper récords (aunque sean más
monetarios y faranduleros que futbolísticos) tiene la velocidad, el
atrevimiento y la cuota goleadora que se le descubrió al chico de Rosario en
sus inicios.
Podrá ser otro
hombre-récord, otro fenómeno que tendremos el placer de ver jugar como si fuera un animación de videojuego en 3D, pero si gana
el Mundial de Brasil 2014 ya estará un paso delante de Messi, pero varios
kilómetros lejos del Diego de la gente.
1 comentario:
Buena Javier... de acuerdo en eso que las comparaciones solo sirven para vaciar cervezas y ejercitar la vieja manía humana de contradecirnos... Jorge Garay
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