24 de septiembre de 2009

Contra los pornostar


De un tiempo a esta parte, le he perdido total y soberano respeto al exhibicionismo barato, a la presunción de liberalismo que profesan los homosexuales como una suerte de “evolución de la mente” y al de los gentlemen que afilan sus piropos sobre los machos cabríos del porno, al más puro estilo falocéntrico de Sigmund Freud y seguidores.

¿Por qué tanta devoción hacia los Rocco Siffredi o los Nacho Vidal? En no pocos casos inclusive se trata de admiraciones similares a las que prodigamos a Mozart o a Bach (o peor aún, a Mahler y a Puccini), a quienes no hemos oído, pero sobre quienes hacemos innumerables reverencias cuando oímos sus sacros nombres.

En otras es un respeto hacia los números (a los 30 años, el italiano había protagonizado 1,500 películas con 2,500 mujeres, aunque en estos casos la cantidad no sea una demostración de calidad); o hacia el tamaño (los gloriosos e inalcanzables 27 centímetros del español, y aquí el récord parece tan baladí como la del jamaiquino Usain Bolt).

Lo cierto es que toda admiración proviene del no entendimiento, de la atracción hacia lo desconocido o extraordinario (según Descartes, un filósofo a quien vale la pena admirar) y de allí al deseo de emulación. Quizá en esta última afirmación pueda entenderse la idolatría de los ciudadanos comunes hacia estos superhombres sexuales.

Sin embargo, esa sola razón no parece suficiente. Más aún si es que desde el lado femenino no se escuchan loas parecidas (nunca oí de una mujer que contemple fascinada a una pornostar, aunque sí hay quienes se rinden al talento contorsionista y la resistencia de estas verdaderas sex symbol).

Ahora, que una mujer celebre el acontecimiento de una encumbrada erección puede que se entienda. Pero que lo haga un joven en pleno uso de sus facultades sexuales, me parece simplemente triste, como cuando un novato gimnasta se queda anonadado ante la desarrollada e incómoda musculatura de un sudoroso físicoculturista en mallas.


Me atrevería a afirmar, sin estudio científico que me respalde, que deben ser pocos, poquísimos, los hombres que han resistido más de escasos minutos frente a una triple X, y que además se hayan podido fijar con rigurosidad en las maneras y aptitudes de los actores porno sin distraerse con las bondades físicas de las dotadas actrices.

Lo que me lleva a la siguiente pregunta: ¿Qué podemos ponderar los hombres en estos individuos que, como se sabe, están actuando en todas y cada una de sus altisonantes presentaciones? Es lo mismo que envidiar la equilibrada conducta de un psicólogo sin saber si él mismo no necesita de una terapia para poder ser feliz en casa.

Claro, cualquiera podría decir: “Me gustaría estar en su lugar”, para poder disfrutar de tan exuberantes mujeres dispuestas a cumplir las fantasías de los sicalípticos guionistas y directores. Pero, repito, eso no es admiración sino pura y sana envidia. Como dice Charly García, es el deseo que todos tenemos de ser otros una vez en la vida.

Curiosamente, los mismos pornostar se han asegurado la codicia de los prójimos en entrevistas, aunque más de uno se pregunte ahora si estaría dispuesto a hacer del placer un trabajo o, lo que es lo mismo, a comportarse con profesionalismo donde el resto se entretiene sin más moderaciones que los límites propios de la anatomía regular.

Y ya para seguir con las preguntas: ¿Son en realidad tan viriles estos machos que se vanaglorian de sus apéndices reproductores? ¿O son como esos engalanados personajes que necesitan comprarse el auto más lujoso y el reloj más grande para compensar otras pequeñeces? ¿De qué adolecen estos actores esclavos de su cuerpo-máquina?

No digo que estar bien dotado sea poca cosa (eso le corresponde en todo caso a las damas), pero no sé hasta qué punto pueda ser objeto de orgullo entre señores. Hace poco le escuché a un muchacho que veía películas porno decir que tenía sus actrices favoritas. Pregunto una vez más: ¿Qué sentido tendría que tuviera actores favoritos?



Hace un tiempo apareció una encuesta que señalaba que las damas son también grandes consumidoras de pornografía. No hablamos de edulcorados filmes eróticos, sino de películas crudas y explícitas. El estudio señalaba incluso que el estímulo es similar al masculino, llegando a la excitación en tiempos similares (11 minutos).

Las cifras son contundentes: en Estados Unidos unas 13 millones de chicas miran XXX en Internet al menos una vez al mes. Pueda que a partir de esta inhibición femenina los actores superhombre alcancen mayor popularidad de la que ya ostentan en blogs y otros círculos selectos, pero ¿cuál debería ser su público objetivo?

Hasta donde sé, los hombres consumen este cine por las mujeres. Y viceversa. Que algunos chicos quieran repetir las hazañas de estos seres perfectos (o perfectamente estereotipados), se entiende. Pero que lleguen a ser connotadas figuras a las que haya que reservarles una mesa, es demasiado.

No vaya a aparecer por ahí algún político calenturiento dispuesto a darle los honores al vigoroso intérprete de su corto favorito (en aras de su encomiable labor), o a erigirle una maciza estatua con la seña distintiva de su arte. Bastan los festivales eróticos que los tratan cual dioses y los periodistas que les dan lata fotografiándolos en batas de seda.

Si ya los mochicas demostraban en la antigüedad su fascinación ante el portento masculino tamaño king size, perpetuándolo en un huaco (disfrazando ese estupor bajo el científico recurso de la fertilidad), no es de extrañar que aquella devoción continúe siglos después. Una muestra más de lo necesitados que estamos de verdaderos héroes.

1 comentario:

Victoria dijo...

me quedo con la oración final. y me acuerdo de fresán, y de un profesor del cbc, y de bowie.
yo miro porno,pero soy una nostálgica, me caben las primeras producciones. pasáte si querés, y comprobálo: http://unacinefila.blogspot.com
un saludo!