18 de enero de 2009

Cusco 2009: Fiesta en las ruinas (Primera parte)


El Perú es Cusco, Cusco es Machu Picchu y Machu Picchu es el Perú. Al menos para los turistas que llegan al país, esa debe ser la premisa que organice su viaje. La mía, y la de muchos de los que vinieron a esta ciudad a pasar el Año Nuevo, incluye una experiencia sin igual en una ciudad histórica, cosmopolita y noctámbula donde todo puede pasar.


Por Javier García Wong Kit
Fotos del autor y de Ruth Anastacio V.


VIVIR EN UN SOLO LUGAR, Lima, me ha hecho creer que esta ciudad se encuentra fuera del mapa, y que es en los demás lugares donde se tienen las verdaderas experiencias y donde se hallan esos atractivos turísticos que, cada año, mueven a un tropel de viajeros de país en país. Como si el hecho de quedarse en casa anulara toda posibilidad de aventura.

VIAJÉ A CUSCO con esa intención, con la idea de encontrar en sus calles, en su gente y en sus costumbres una vida “retratable”, al igual que los excursionistas que se trasladan a parajes desolados para ver una especie en extinción o los antropólogos que se quedan prendados ante una tribu salvaje. O mejor, al igual que los turistas que, cámara de fotos y filmadora en mano, van en busca de su tesoro vacacional.

CUSCO ES UNA CIUDAD PAISAJE. Aquí se encuentra, sin dificultades, paisajes naturales de ensueño, añejas construcciones coloniales, pobladores tradicionales que interrumpen su andar cotidiano para posar ante el lente de un extranjero a cambio de unas monedas, y caritas de niños de la calle sonrientes como los que muestra UNICEF en sus postales caritativas de navidad.

DESDE LA LLEGADA, las casitas de techos rojizos a dos aguas bajo el cielo celeste reciben a los turistas con una imagen típica: el bello rostro de la pobreza. He descubierto —aunque en el fondo lo sabía— que muchas personas viajan a lugares empobrecidos para captar el rostro de la escasez, como si aquello les proporcionara la satisfacción de saberse ajeno a esa condición. O de haberla superado.

LA TORRE DE PIEDRA que sostiene al Inca Pachacútec en lo alto del mirador es la primera foto imperdible en la travesía por una ciudad que muestra la imponencia del legado de los Incas en casi todas las esquinas. Ese pasado milenario, que sorprende hasta por la forma en que pusieron piedra sobre piedra, es la principal razón por la que muchos parecen reporteros de la National Geographic o enviados especiales de Discovery Channel.

PRIMERA NOTICIA: a Cusco vienen turistas con cámaras fotográficas tamaño extra grande. Algunos tal vez sean fanáticos de la historia, la geografía o la arquitectura que alberga esta ciudad. Pero muchos, o casi todos, son simples extranjeros que quieren sacarse la foto con el Huayna Picchu, con la Piedra de los Doce Ángulos, con la mamacha que teje rudimentariamente en la acera del frente.

PERO CUSCO ES MÁS que eso. Cusco es un viaje al pasado milenario, la visita a los restos del imperio vencido y ahora conquistado por el turismo. Darse una vuelta por la Plaza de Armas es toparse con todo tipo de museos y con colecciones de piezas arqueológicas pero, sobre todo, es contemplar en aquella casa, aquel portal, aquella iglesia, los restos de una cultura sólida como las piedras de varias toneladas que sostienen todavía varias casas y tiendas en la ciudad.

SI HAY ALGÚN LUGAR que conserva la historia en sus expresiones artísticas y sus manifestaciones culturales ése es sin duda Cusco. Su mestizaje atraviesa lo religioso, idiomático, arquitectónico e incluso lo gastronómico si se aprecian los detalles; como aquella representación de la Última Cena en la Catedral en la que se sirve cuy a los apóstoles o en aquel Nacimiento Inca de cerámica que descansa en un museo.

HOY CUSCO ESTÁ MÁS MESTIZA que nunca. Más abierta, diversa y hasta cosmopolita por la cantidad de extranjeros que llegaron para quedarse aquí sin siquiera saberlo. Quienes vienen aquí lo hacen por vivir experiencias que, en estos tiempos, se compran de preferencia con moneda extranjera, aunque las haya de todos los precios.

EXISTEN DOS CLASES DE TURISTAS: los que intentan pronunciar algunas palabras en español, comen la comida típica del Cusco y leen las placas de las esculturas; y los que llegan en busca de un affair interracial, preguntando por la discoteca del momento y la dirección de aquel restaurante gourmet de próxima inauguración.

LÓGICAMENTE, es fácil confundir a unos con otros, sobre todo porque ambos pueden estar bebiendo una cerveza Cusqueña o durmiendo en el mismo alojamiento. En último caso, buscar sus diferencias resulta inútil. Aquí todos somos iguales bajo la lluvia y sobre las veredas de piedra angostas; especialmente en una fecha como esta, 31 de diciembre, en la que todos buscan lo mismo: diversión.

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A LAS CUATRO de la tarde, Cusco nos muestra un cielo azulino, con algunas nubes esponja que parecen dibujadas por un niño (¿el Niño Dios?) mientras cientos de personas eligen el lugar donde pasarán la Noche Vieja. En los mostradores de los hoteles, en las paredes de los restaurantes, en las manos de los jóvenes cusqueños alrededor de la Plaza, hay volantes y afiches que ofrecen el mejor lugar para despedir el año.

BARRA LIBRE, música en vivo, el mejor ambiente, su DJ favorito, cena incluida, cotillón gratis y fuegos artificiales. Sin embargo, sin temor a equivocarme, puedo asegurar que muchos de los que han llegado a Cusco, en grupo, en pareja, a solas, para recibir el Año Nuevo no tienen la menor preocupación por esos detalles.

EL ÚLTIMO DÍA del año lo pasarán abrazados de sus amigos, con sus parejas en brazos, brindando en la plaza, gritando desaforados sin importar nada. Ebrios entre pisco y cerveza. Mareados y no por la altura. Bailando con música rave o autóctona. Fotografiando cada instante de un jolgorio que se vende en paquetes turísticos junto al Camino Inca.

A LAS SEIS de la tarde de ese mismo día empezó a caer una lluvia moderada. Mi primera lluvia de fin de año. Con paraguas y ponchos de plástico de varios colores, los turistas y lugareños siguieron con sus vidas, a sabiendas de que faltaban pocas horas para las doce campanadas y aún hay fuegos pirotécnicos, ropa interior amarilla y racimos de uva que comprar y vender.

VARIAS HORAS DESPUÉS, la lluvia siguió, obligando a los vendedores ambulantes de la Plaza Regocijos a guarecerse bajo algún portal. El tráfico se volvió más lento y el andar de los peatones desordenado, ya que debían esquivar los riachuelos que discurrían por las junturas del empedrado de las pistas y veredas. Diciembre, por más que se molesten los cusqueños, no es buen tiempo para ir al Cusco.

A LO LEJOS se ven los rayos que anuncian una noche húmeda y, acaso más cerca, se escuchaban los truenos en competencia con los cohetes y demás artefactos explosivos que revientan en el cielo. Ya se percibe en las calles el ambiente de fiesta multinacional, por más que los argentinos y brasileños prefirieran reunirse entre ellos, con algún amigo nacional de por medio.

UNA GUÍA turística me cuenta que en esta época del año quienes más vienen de visita son los latinoamericanos y a mitad de año aguardan a los norteamericanos y europeos. Es día 31, pero ella me dice que hace apenas una semana todo Cusco se sentía pendiendo de un hilo. Los turistas no aparecían y ellos aguardaban expectantes la invasión de sus clientes-conquistadores-cámara en mano.

“TODOS EN CUSCO viven del turismo, desde el lustrabotas hasta los hoteles”, me dice al tiempo que espera, igual que yo, que la lluvia cese en cualquier momento, como también ocurre aquí. “Es bueno que llueva”, añade, “nosotros tenemos la creencia de que si llueve la noche de Año Nuevo es porque vamos a tener una buena cosecha”, dice mientras esa lluvia purificadora continúa oscureciendo el cielo.

SI BIEN NO HAY restaurantes cerrados, algunos están reservados por esta noche mágica en la que muchos sacarán a pasear la maleta a la plaza para tener la suerte de viajar ese año o, simplemente, correrán alrededor de ella como chiquillos. Yo mismo, estoy en Cusco por una tradición, la de festejar el Año Nuevo junto a mi novia como si fuera la última de las fiestas de mi vida.

SON LAS ONCE, faltan minutos para el 2009 y bajo el Portal de Panes se atrinchera un grupo alegre de turistas brasileños cantando “¡feliz ano novo!”, como si estuvieran en un estadio de fútbol, compitiendo en alegría con los argentinos. En una de las pocas tiendas de la plaza, compran cervezas en latas y botellas, bajo la atenta mirada de unos vigilantes municipales que ya nada pueden hacer.

LOS VENDEDORES de cigarros y golosinas levantan los plásticos que cubren sus puestos para ofrecer sus productos. Flashes y flashes se disparan uno tras otro, los turistas más ‘empilados’ toman las pistas para contemplar el espectáculo de ráfagas de fuego que luchan en contra de la lluvia que sigue cayendo. Todo Cusco es una fiesta, pura algarabía. O al menos eso nos parece desde este lado de la plaza.

MI NOVIA Y YO decidimos caminar hasta la acera opuesta, hacia el Portal Carrizos. Allí nos topamos con más turistas que transitan por la vereda esquivando a los mendigos que duermen tirados, tapados con cartones. Vemos niños pidiendo una propina en inglés y a sus madres con bebés atados a la espalda, descansando contra la pared de piedra de una joyería.

EN ESOS MOMENTOS pasa por mi cabeza el significado de la palabra fiesta y llegan a mi mente palabras como compartir, soñar, celebrar, agradecer. De pronto una luz de fe se enciende para esos niños de mejillas coloreadas. Un chiquitín de mirada traviesa y ponchito raído contempla con alegría una chispita mariposa, ese carboncillo que relumbra exóticamente y que todos hemos tenido de niños.

ALGUIEN LE REGALA una chispita y él la hace girar en el aire. Su tenue brillo ilumina su rostro. De pronto, mientras camino tomando fotos, veo a mi novia comprando una cajita de chispitas y ofreciendo ese juguete a los pequeños que empiezan a rodearla con curiosidad. Ahora son ellos los turistas fascinados con su generosidad, son ellos quienes se acercan curiosos, y soy yo el que sonrío como un niño.
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HAY FIESTAS en bares, pubs, discotecas, restaurantes y hoteles. Hay fiestas rave, fiestas VIP, fiestas privadas, fiestas elegantes, fiestas en el Valle Sagrado y fiestas al aire libre. Hay extreme partys y sexys partys. Hay fiestas por cincuenta y doscientos dólares. Y hay 15 mil turistas dispuestos a que esta noche sea la noche de sus vidas.

EN UKUKUS, una discoteca cercana a la plaza, nos esperan dos copas de pisco sour y dos de Machu Picchu, un trago de tres colores hecho también con pisco. Esta noche toca La Sarita, una banda peruana de rock duro y fusiones variopintas que se presenta por tercera vez consecutiva en la Noche Vieja de Cusco.

ESO ME CUENTA Dante Oliveros, el percusionista de la banda que espera el momento de subir al escenario mientras comparte un sofá sucio conmigo. Las canciones de La Sarita son ideales para el público cusqueño por sus guitarras eléctricas, sus raíces indígenas —y de las otras— y sus letras autóctonas —por así llamarlas—.

HAN PASEADO sus acordes por lugares tan disímiles como el bar La Noche de Barranco y el Gran Complejo de Los Olivos, en Perú; y el “World Village Festival”, en la ciudad de Helsinki, Finlandia, o en la sala de conciertos “Kultur im Kammgarn KiK” de Zurich, en Suiza.

ARPA ANDINA, letras en quechua, son cubano, ritmo criollo, quenas, guitarras eléctricas, clarinetes; todo puede mezclarse en un show de esta banda tan peruana como el Cusco, es decir, cosmopolita en su propuesta musical. Pero aún no inician su presentación y, a pesar del agua que fluye por tejados rústicos y cañerías instaladas en lo alto de las casas, mi novia y yo salimos a ver el espectáculo de la gente.

¿A QUIÉN SE LE PREGUNTA la hora exacta en una ciudad donde hay tantos brasileños, argentinos, colombianos, mexicanos, alemanes, franceses, americanos y cusqueños? En todo caso, a cualquiera se le puede pedir que te ayuden a sacarte una foto diciéndoles “picture”, y mostrándoles una insignificante cámara digital que es cien veces más vieja y obsoleta que la que ellos llevan en sus estuches.

TODOS LUCEN GORRITOS de arlequín amarillos, sombreros charros amarillos y collares de flores de plástico amarillos. Unos preguntan “¿cuánto falta?” mientras otros revientan sus últimas bombardas y cohetecillos luminosos. Yo llevo en el bolsillo izquierdo de la casaca una bolsa con uvas que deben ser lo único que no se ha mojado en los previos a la fiesta.

“¿LAS DOCE? ¿Las doce?”, le pregunto a la noche mientras veo a los turistas correr bajo la lluvia a tomar la plaza. La plaza está tomada, tomada por turistas tomados que celebran en sus idiomas —y en el universal de los besos y abrazos— mientras yo corro con mi novia y busco las uvas, busco la cámara y… ¡la cámara!... ¡No está!

COMO SI SE TRATARA de un conjuro de los Apus en este Año Nuevo incaico, la cámara que llevaba en el bolsillo derecho de la casaca ha desaparecido. Trato de volver mis pasos, pese a la marea de turistas que tropiezan conmigo. Veo a unos policías deteniendo a un chiquillo que no lleva mi cámara. Veo mis uvas caer y ser arrastradas por la lluvia. Veo a mi novia y no sé cómo decirle lo que ha pasado.


(Continuará...)

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