23 de enero de 2009

Libro: La encrucijada de Fiodor Mijailovich



LEO EL MAESTRO DE PETERSBURGO, de J. M. Coetzee. Generalmente desconfío de los escritores premio Nobel, más si tienen el respaldo de los que no lo ganaron (léase Vargas Llosa) pero en este caso hay un sólido motivo: su obra, que se sostiene cómoda sobre el trípode conformado por sus libros “Desgracia”, “Infancia” y “Juventud”.

Anterior a estas es “El maestro de Petersburgo”, que aborda un pasaje apócrifo de la vida de Fiodor Mijailovich Dostoievski, un autor que abre su manto sobre esta novela para dotarla de un personaje sometido a la tortura de perder un hijo y darle el regusto a su obra en el estilo clásico de la narración.

Coetzee recoge un episodio revolucionario en la vida de Dostoievski para sumergirlo en una espeluznante pesadilla que empieza con los remordimientos por haber sido un mal padre (padrastro, en realidad, pero padre al fin) y que continúa por la senda que lo lleva a Petersburgo, donde el escritor halla los rastros del posible asesinato de su hijastro.
Ilustración de Ward O'Neill
Las conspiraciones de un grupo anarquista envuelven la trama que coquetea con varios dramas simultáneos (el romance apasionado con Anna Sergeyevna, la mujer que le da hospedaje al escritor en su estancia en la ciudad, la perturbación que le produce la hija de ésta, Matryona, el acoso de la policía); pero sin duda el drama mayor está encarnado por Nechaev.

Sergei Nechaev, aquel ruso que escribió “Catecismo de un revolucionario”, encarna en esta novela la pesadilla de Dostoievski, la serpiente que lo tienta y lo llena de dudas, la sombra del mal que pasea sus mentiras frente a los ojos del narrador, llevándolo a más de una encrucijada de tipo filosófico, moral, social y hasta literario; al pedirle que se una a su movimiento escribiendo un panfleto.

Dostoievski, condenado en la vida real a 10 años de exilio en Siberia por subversión, se siente aterrado ante la posibilidad de volver a ser perseguido. “Una trampa, una trampa demoníaca (…) La muerte de Pavel solo ha sido el señuelo para hacerle viajar de Dresde a Petersburgo. Él ha sido la presa en todo momento”, y en ese delirio revive al espíritu de su hijo.

La radicalidad de Nechaev es quizá lo más logrado en toda la novela de Coetzee, un personaje que parece más propio de la narrativa de Dostoievski que de la del verdadero autor; como si la lucha de Fiodor Mijailovich no fuera solo de personaje a personaje sino la de creador contra su obra. Así, Nechaev le reprocha en un pasaje:

La novela es varias novelas en una. Es un drama a lo “Lolita”, por la presencia angelical y maliciosa de la niña, es una novelita erótica, cuando describe los ardorosos encuentros pasionales de Fiodor Mijailovich, es una obra a lo Dostoievski por los cuestionamientos trascendentales, y es una hechura pura y dura del propio mundo afligido de Coetzee.

Es también una novela de desarraigo, a lo “El extranjero”, de Camus, y de la relación padre a hijo, de las que hay muchas; pero es sobre todo un buen motivo para conocer más a este narrador sudafricano que es más que un Premio Nobel y un cronista del Apartheid, como algunos lo pintan.

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